La autopista

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Sobre el destino en la vida

y la presión social

Lectura de 7 minutos

Una luz intensa le despierta, abre los ojos lentamente mientras intenta cobrar sentido a lo que le rodea. Los pequeños temblores de la carretera le hacen darse cuenta que está en un coche. La luz todavía le impide mirar hacia delante, por lo que se da la vuelta y detrás suyo observa una fila de coches; cada uno es único, con distintos colores, tamaños y formas. La fila acaba con una fabrica, donde uno tras otro, salen los coches de manera sistemática. Se gira para mirar al frente y observa una autopista que se alarga hasta el horizonte. A su lado, puede ver como el resto de los pilotos se comportan de manera inocente, o mejor dicho, curiosa. Se chocan contra otros coches, se confunden de carril, todo esto debido en su mayoría a que están distraídos por la belleza del paisaje que les rodea. Aunque poco a poco se da cuenta de que los pilotos empiezan a conducir con más precaución, el trafico fluye con más armonía y el chaos se ve aliviado por el orden. Pero llega un momento en que el exterior del coche — los árboles, los pájaros en el cielo, las extensas dunas — dejan de crearle interés. Mira al rededor, y ve como el resto de los pilotos no hacen mas que mirar al frente con la mirada perdida en el olvido. La autopista ya no cambia de sentido, cada vez es más recta, tanto que poco a poco levanta las manos del volante, ya no ve la necesidad de sujetarlo. Con un repentino estruendo, alza la mirada, en el arcén hay un coche en llamas. ¿Cual habrá sido la causa de este accidente? se pregunta, pero otro coche en el arcén le interrumpe el pensamiento. Este no está en llamas, ni tiene ninguna marca de impacto ¿Se habrá quedado sin gasolina? Coche tras coche en el arcén, pero él no toca el volante ya que no interrumpen el trafico. Aburrido de mirar al coche que tiene en frente, reclina su asiento de tal manera que solo puede ver el techo del coche. Respira profundamente, sintiendo como el aire fluye por su nariz y llena sus pulmones, pero su propio suspiro desata un pensamiento en su mente: ¿Podría ser yo el próximo en el arcén? Se levanta meticulosamente, enderezando el asiento. Alza su mirada por la ventana, pero no se fija en el paisaje, sino en la ventana en sí, el cristal que le protege del exterior. Posa su mano en ella, sintiendo el frío en su piel, preguntándose si podrá bajarla. Hay un manillar, pero él nunca había visto a nadie con la ventana bajada. Agotado por la angustia de pensar que el proximo en el arcén podría ser él, comienza a girar el manillar con fervor. El ruido del aire entrando en el coche interrumpe el silencio, pero él sigue bajando la ventana y cuando la ha bajado del todo, saca la cabeza por la ventana, sintiendo como el viento le despeina. Intenta alzar su mirada sobre lo que aguarda más allá del horizonte, cree que por fin podrá descubrir el destino al que todos se dirigen. Siente como si una daga le atravesara el corazón cuando observa que detrás del horizonte, hay más horizonte. Decepcionado, se sienta y sube la ventana. Una ira le posee el cuerpo y empieza a golpear el volante con indignación. Las lagrimas le invaden, inundando su alma vacía con mas combustible para su rabia. Falto de energía, posa su cabeza sobre el volante mientras las ultimas lagrimas recorren su cara. Sus manos en el volante, a las 9 y a las 3, se da cuenta de que ya casi ni recuerda la ultima vez que agarró el volante con sus propias manos. En ese mismo instante, levanta la mirada, los ojos fijados hacia el frente como los de un águila en su presa, agarra el volante con vehemencia y sin pensárselo dos veces, pega un fuerte volantazo de noventa grados y abandona la autopista. La adrenalina le fluye por las venas como agua por el Danubio. Los baches y los arboles que esquiva no le dejan centrarse en lo que le rodea. Pero de repente, suelta el acelerador y el coche se detiene. Está a lo alto de una duna, donde observa la autopista desde una perspectiva que jamas se hubiera imaginado. Entusiasmado, se gira, pensando que desde esa altura, al fin podrá ver el destino de la autopista. Pero no es así, detrás del horizonte, hay más horizonte. Ésta vez, le importa menos, dado que tiene cosas mayores de las que preocuparse. Dando la espalda a la autopista, ve que no hay ningún camino trazado ni gasolineras a la vista, pero una cosa sabe con seguridad, la incertidumbre de lo desconocido le asusta menos que la infelicidad en la autopista, por muy cómoda que sea; y el día que se quede sin gasolina, se bajará del coche y mirará al horizonte, sabiendo que tendrá muchos recuerdos que compartir y pocas cosas de las que arrepentirse; y quizás, solo quizás, habrá inspirado a otros pilotos a abandonar la autopista, aventurándose a lo desconocido.

Y, ¿Tú? ¿Cuándo fue la ultima vez que agarraste el volante con tus propias manos?

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El caparazón